A este territorio también le llaman isla de San Luis, donde por el costado de la calle de piedras corre uno de los afluentes de la corriente. Sobre un árbol hay un zapato de mujer. Cae algo más que llovizna para no olvidar la lluvia, mientras los automóviles resbalan al frenar en la delgada capa de barrillo. Resurgen las ropas de los temporales y caen finamente deslumbradas por el frío y el resplandor. El baile de los descendientes del tren azul, que nunca aparece, se hace en un paisaje en el recuerdo de las estepas. Hemos estado aquí desde la época en que las aguas dejaron un olor a sábanas de principios de siglo. Deslizo el vehículo sin mayor problema y el viento de la ciudad hace llover no la lluvia sino el aire sobre la superficie. No hay dolor sino la percepción de que algo se quiebra.